Mi familia está cambiando. Dios continúa sorprendiéndonos de cómo Él hace mucho más de lo que pedimos o entendemos conforme a su buena voluntad. Eso no implica que es fácil cumplir esa voluntad. Por muchos años como soltera oré por mi familia y esperar que Dios respondería, cada oración aun mas abundante aunque de forma diferente a la que pensé es una muestra más de que sus caminos no son nuestros caminos. Era un deseo constantemente rendido delante del Señor el cual albergué pero tenia rendido ante su presencia y su BUENA voluntad, durante mi solteria.
Nuestras familias están en constante cambio a medida que los individuos que la formamos cambiamos para mal o para bien. Matrimonios fortalecidos, representan la base para familias sanas y fortalecidas. Aún así, nuestras familias o nuestro deseo de que fuera diferente puede convertirse en un ídolo en nuestras vidas.
Nuestra familia está cambiando aunque aún no estoy lista para compartir los detalles, Dios nos presenta retos para nuestro crecimiento. A medida que los hijos crecen, las familias están en constante cambio. Cada fase es una parte en el proceso y camino de la santificación. El Señor nos muestra el camino por donde habremos de andar y sin embargo ese camino debe estar lleno de oración, dependencia de Dios, el consejo de otros, lágrimas, pedidas de perdón y otorgamiento de perdón, rutinas, servicio incondicional y amoroso, debilidad , en fin. Cada padre, matrimonio, hijo o hija necesita estas cosas. Cada miembro de la familia necesita de Dios a medida que los años van pasando para ser transformados a la medida de Cristo. Pero muchos miembros de nuestras familias, no conocen a Dios y entonces ¿Qué hacemos? Pues depender más de Él que es el único que puede hacer lo que nosotros no podemos: convertir y cambiar corazones. Y nosotros necesitamos constantemente renunciar a nuestros deseos y esfuerzos infructuosos de querer controlar las vidas y corazones de los demás miembros de nuestras familias.
Siempre seremos parte de algo mayor a nosotros. El individualismo no es más que el deseo necio de negar una de las realidades mas evidentes de lo que significa ser humano: la necesidad de comunidad. Por mas disfuncionales que sean nuestras familias o las familias de las cuales provenimos, mientras antes reconozcamos la necesidad de los seres humanos imperfectos que Dios soberanamente ha colocado en nuestras vidas, podremos ser libres para aceptar nuestra realidad y depender de Dios en medio de ella. Aceptar nuestra realidad nos ayuda a caminar en libertad para no vernos como víctimas sino como personas cuyas vidas están en las manos seguras y soberanas del Dios de los cielos, y a la vez individuos con responsabilidades que cumplir, actitudes que cambiar, afectos que deben estar alineados a lo que es importante para Dios. Ese cambio ocurre en familia, esos retos se enfrentan en familia. Necesitamos una familia no perfecta pero presente. Y es allí donde Dios nos ha plantado para florecer. No siempre será un terreno fácil, pero un terreno necesario para poder crecer y darnos la base necesaria para la existencia y luego para fructificar. Si negamos esta realidad, nuestro orgullo nos está cegando y robándonos de la gracia y la sabiduría de Dios.
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